lunes, 3 de octubre de 2011

Humberto Moreira : Zetas el dolor de cabeza del próximo Presidente

Por Humberto Moreira

La misma madrugada de julio que un grupo de sicarios asesinó en el bulevar más transitado de la capital al cantante Facundo Cabral, un escuadrón de fuerzas especiales irrumpía silenciosamente en una finca de Ixcán, Quiché, cerca de la frontera con México.

Mientras en la ciudad se buscaba a los asesinos del trovador argentino y la noticia rebotaba en todo el mundo, el comando encubierto rodeaba la finca donde años atrás se descubrió un campo de entrenamiento de los Zetas con 500 granadas.

Las autoridades sabían que ese fin de semana los altos jefes de los Zetas en Guatemala festejarían a lo grande. La remota finca en Ixcán, un área clave para trasladar droga hacia México, permitiría a los miembros de la organización divertirse con relativa libertad sin temor a ser detectados.

Estarían en el festejo los comandantes mexicanos William o Comandante y su mano derecha David Solórzano Ortiz, alias El Chombo.

El invitado especial era el cobanero Horst Walter Overdick, más conocido como El Tigre o El Canche, principal socio de los Zetas en Guatemala.

Participarían los jefes de las células en el país, como Óscar Tiul El Cherry, Sebastián Choc,Machucazo, y Kevin Overdick, el hijo de El Tigre. Estarían El Yanki (supuesto Z200) y Miguelillo, los mandos que quedaron libres tras las recientes detenciones de los comandantes de las Verapaces, Petén, Jalapa y Huehuetenango.

Agazapada afuera de la finca, estaba la Fuerza Interinstitucional Antinarcótica y Antiterrorista (FIAT). El grupo élite de kaibiles, francotiradores, paracaidistas, policías especiales y pilotos había tomado la comisaría local y dejado a los agentes sin armas ni celulares para evitar que filtraran información.

Sin embargo, algo falló. La única empresa que presta telefonía móvil en la escabrosa región suspendió ese día el servicio para realizar tareas de mantenimiento. El escuadrón quedó incomunicado. Las fuerzas en tierra no podían hablar con los pilotos de los tres helicópteros.

Por un día, las fuerzas especiales esperaron afuera de la fiesta, escondidos en el monte. Adentro, más de 20 hombres rechonchos y sombrerudos, incluidos los más buscados en Guatemala, bebían cerveza, bromeaban con señoritas mexicanas sentadas sobre sus piernas, regalaban dólares, apostaban a los gallos y los caballos, cantaban.

Mientras la fiesta transcurría en unos toldos en medio de un descampado, los pobladores de la aldea observaban alrededor del grupo. Cada tanto, alguno corría a recoger los gallos vencidos en las peleas para hacerlos caldo.

Estos detalles se saben porque, además de un círculo de guardaespaldas, los narcos tenían camarógrafos. Los videos quedaron tirados en la finca cuando las fuerzas de seguridad finalmente irrumpieron al amanecer del 10 de julio. No hubo ni un disparo, no fue necesario. Al llegar al descampado, los grandes jefes ya no estaban ahí.

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